sábado, 15 de septiembre de 2007

Contempló el enorme rostro. Le había costado cuarenta años saber qué clase de sonrisa era aquella oculta bajo el bigote negro. ¡Qué cruel e inútil incomprensión! ¡Qué tozudez la suya exiliándose a sí mismo de aquel corazón amante! Dos lágrimas, perfumadas de ginebra, le resbalaron por las mejillas. Pero ya todo estaba arreglado, todo alcanzaba la perfección, la lucha había terminado. Se había vencido a sí mismo definitivamente. Amaba al Gran Hermano.

3 comentarios:

Petra von Feuer dijo...

Devastadora cúspide de la capitulación...

me llaman Flor dijo...

me dan ganas de llorar

Serj Alexander Iturbe dijo...

Creo que es la intención del final...